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¡Cancelen si quieren!

La deshonestidad intelectual es aquella que nos desnuda como cobardes, como poca cosa, que nos enrostra la falta de carácter para ser libres, casi siempre por miedo. Y ahí la cancelación es una maestra.

Hay algo peor que la cancelación. Es que te cancelen sin oírte, solo por el prejuicio, por lo que significas. Y capaz que haya algo peor aún, o al menos que genera más impotencia, y es que te cancelen después de haberte oído, pero que el receptor del mensaje no lo entienda, o no lo quiera entender.

La deshonestidad intelectual es diferente a la incapacidad intelectual, de la que nadie está libre. Porque, ¿quién entiende todo lo que nos rodea?

La deshonestidad intelectual es aquella que nos desnuda como cobardes, como poca cosa, que nos enrostra la falta de carácter para ser libres, casi siempre por miedo. Y ahí la cancelación es una maestra.

Escuchaba el otro día el comentario por Youtube de Marcelo Longobardi, un periodista argentino bastante inclasificable, pero libre. Es blanco preferido de Milei y su persecución destemplada contra los periodistas críticos. En la sección del programa en que lee preguntas del público, leyó una que lo enfrentó al clásico dilema falso del blanco y negro, del “¿qué prefieres, a Milei o que haya ganado Masa?”.

Con una paciencia admirable, Longobardi respondió recordando que públicamente se había referido a Masa como un “gángster”, además de narrar el desastre de país que dejó como superministro de economía.

Este es el problema más frecuente de los que nos dedicamos a ensayar opiniones públicas a partir de los hechos que todos vemos, nos interesan y afectan. Opiniones que, más que revelar verdades, no tienen otra pretensión que ofrecer insumos para la construcción de las propias ideas de los radioescuchas o lectores. Es un poco “hágalo usted mismo”, tomando de aquí y de allá.

Longobardi o cualquier otro modesto feriante de opiniones (informadas y discutidas, no sólo de la güata), se ve enfrentado cotidianamente a esos dilemas propios de todo ciudadano, que es elegir por el mal menor. Además, enfrentado a ese desafío de honestidad intelectual de cambiar de opinión si aparece un nuevo argumento o le explican otro ángulo que no había visto.

Pero a los auditores ya convencidos, esos incapaces de ver grises entre el blanco y el negro; esos que no buscan construir una opinión propia sino que reafirmar la que ya tienen, en su desesperación se cambian de columna o de radio o de canal. O agreden y cancelan. A esos, mejor que no sepan que yo estoy aquí en El Dínamo, en Radio Duna o en TVN. A esos es imposible no defraudarlos. ¿Cómo puede Longo, en el mismo programa, explicarle a un fanático que puede criticar en un texto a Milei y a Masa? O yo, cómo puedo hacer para decir en esta misma columna que Pinochet me parece un ser despreciable por su maquinaria criminal, pero que también creo que el modelo económico que salió de su dictadura le cambió la cara a este país, lo modernizó y lo dejó en buen pie para que la democracia le sacara todo su potencial.

¿Me hace lo anterior un cómplice de ese régimen? ¡Por favor!

¿Decir que Milei es un animal depredador de la democracia cuando festeja y avala los mensajes falsos como una manifestación de la libertad de expresión, me impide acaso decir que lo que ha hecho su gobierno con la inflación y los recortes de gasto abusivos lo convierten en un genio? ¡Por favor!

En esa misma lógica no podemos dejarnos atrapar por miedo ante la amenaza de cancelación, sobre todo en conflictos de tanta seriedad como el del Medio Oriente. Podemos a la vez estimar que Hamas es una pandilla criminal, por matar judíos y por secuestrar a los palestinos en la pobreza, y denunciar las barbaridades del gobierno de Israel, que desata toda su crueldad a nombre de una respuesta justificada.

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Daniel Lillo






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