
A los chilenos nos encantan los datos, en especial cualquiera que revele que tenemos algún grado de importancia internacional. Culpemos a nuestra lejanía geográfica, pero es inevitable sentir orgullo cuando leemos, por ejemplo, que somos el mayor exportador de cobre del mundo o el país más confiable en materia crediticia de la región.
Venga entonces otro dato de trivia: en tan solo 35 años nos hemos convertido en el segundo mayor proveedor de avellanas europeas alrededor del globo. No de los granos que parecen la versión más grande del café y que venden tostados en bolsas transparentes en la calle; sino de las aún más grandes, irregulares y blanquecinas, claves para la elaboración de la Nutella, la estrella de los desayunos europeos. Nuestra producción se ha vuelto tan importante que el mayor elaborador de dicha crema de chocolate -la famosa Ferrero de Italia- ha salido a comprar miles de hectáreas para asegurar el acceso a la materia prima. Solo en Chile manejan alrededor de cuatro mil hectáreas, con lo que el país se ha convertido en el segundo mayor proveedor mundial para la empresa.
En los ’80 la avellana europea era prácticamente desconocida en nuestro país, pero un chileno tuvo la idea de comenzar a cultivar este producto: Jaime Armengolli, el hombre que atrajo la mirada de Ferrero a Chile. Hasta 1978 Armengolli no tenía idea de la existencia de las avellanas europeas. Lo suyo eran otros granos y legumbres. Trabajaba como comprador y vendedor de productos agrícolas en tiempos en que esa era la única manera de conectar entre los agricultores y las industrias. Derivó a este trabajo después de iniciar su carrera en una editorial y de compartir oficina con su padre, dueño de la corredora de bolsa Prat y Armengolli. Había estudiado comercialización en el Instituto Profesional IPEVE (actual Universidad Diego Portales) y había conseguido una pasantía en Estados Unidos, donde se convirtió en uno de los pocos comerciantes con manejo del inglés. Algo que se le sería tremendamente útil años después. Pero no nos adelantemos.
Corrían los setentas y Armengolli viajaba armado de un maletín por Chile como corredor. En uno de sus viajes, un productor le mostró sus máquinas para quitar cáscaras a los frutos secos. Había una para almendras, otra para nueces y una diferente para quitar la piel de lo que llamó avellana europea. “¿Y esa es diferente a la que se compra acá?”, recuerda que preguntó. No solo recibió la respuesta afirmativa. Le regalaron un libro: El avellano, guía práctica de cultivo, de Tomás Molina. El libro sirvió para generarle la obsesión, aunque sabía que todavía no era el momento de comenzar. “Chile cultivaba nueces, almendras y no avellanas, pero los que consumen nueces y almendras también consumen avellanas, entonces caía de cajón que era un producto que se iba a vender. No me cabía ni una duda, yo lo olía”, cuenta Armengolli, olfateando el aire desde su casa en Longaví.
Pasó una década. En el intertanto forjó su negocio, creció como comerciante y se hizo de espaldas financieras. Seguía pensando en los avellanos e intuyó que era el momento de concretar los primeros contactos. Era 1989, Chile se abría al comercio internacional y Armengolli comenzó sus propios estudios para traer almácigos de avellanos a Chile. Por telex, logró contactar a un profesor en Italia, quien le recomendó ciertos viveros de ese país, en lugares que nunca había pisado. Tampoco había ido a Europa. No hablaba italiano. Pero de todas maneras tomó un avión. Tenía 41 años y se fue a la aventura. La primera parada fue Milán, para reunirse con un grupo del naciente ProChile. La oficina había sido contactada por una empresa que requería de avellanas de manera urgente. Era Ferrero.

Un nombre que nunca había escuchado. “Yo dije: estos compadres están escuchando sonar campanas, pero no tienen ni idea dónde, porque la avellana chilena no tiene nada que ver con la europea, pero bueno, igual llevé una muestra para juntarme con ellos, pensando que capaz que me saliera otro negocio”, cuenta Armengolli a 36 años de la primera reunión en Italia.
Tomó su muestra y de Milán partió a Alba, entonces una pequeña ciudad en el Piamonte, zona conocida por sus avellanas y por ser la ciudad donde nació la fábrica de Ferrero. Llegó a las 17:00 en un tren y lo primero que vio fue un letrero de una calle llamado María Ferrero. Caminó en busca de un hostal y se topó con una plaza llamada Migueles Ferrero. “Y dije, bah, parece que la familia es importante, son dueños de toda la ciudad’”, recuerda.
No fue difícil encontrar la fábrica. Pero sí la espera para que lo atendieran. Iba vestido de jeans, con una chaqueta de cuero argentino y zapatillas. Fue recibido por un ejecutivo de la empresa de mocasines, corbata y un abrigo largo sobre un traje impecable. Entre italiano e inglés, le pidió la muestra. Una mirada bastó para que reconociera que el producto chileno no era el que necesitaban para la elaboración de la Nutella. Ya era tarde, estaba oscuro, pero por alguna razón -en ese momento inentendible para Armengolli- llamó a otro ejecutivo para que le recomendara especies de avellanas que se darían bien en el clima chileno. Años después, entendió el porqué de la ayuda. Ferrero necesitaba avellanas lo más lejos posible de Europa debido al accidente de Chernobyl: Turquía, el mayor productor de avellanas del mundo, había detectado contaminación en sus campos. “Ellos necesariamente querían demostrar que podían traer avellanas de otro origen y qué mejor que estuviese al lado de la cordillera, con su nieve eterna, el buen aire, las aguas limpias y toda esa cuestión”, recuerda.
Los Andes tenían su atractivo para los piamonteses, pero los territorios que eligió Ferrero estuvieron primero al otro lado de la cordillera, en el sur de Argentina. Armengolli se dedicó a cultivar sus avellanos en Victoria, al sur de Chile. Siguió siempre en contacto con los italianos, que no lograron una gran producción al otro lado de la Cordillera. Finalmente, viendo el desarrollo incipiente de la industria en Chile, compraron su pri mer terreno en nuestro país en 1991. Desde ahí, el crecimiento ha sido sostenido. De a poco la producción chilena creció en importancia para Ferrero. Superó a Estados Unidos, a la misma Italia y actualmente se ubica solo detrás de Turquía y lo más probable es que cada uno de los 770 millones de frascos de Nutella que se venden al año contengan producción agrícola chilena.